El fariseo y el recaudador de impuestos

temerosos de Dio, temerosos de Dios,

Humbleness

Nosotros, como seres humanos, nos dejamos llevar por lo que vemos. ¿Cuántas veces creímos que una persona era un buen cristiano, temeroso de Dios y diligente en seguir la palabra de Dios al observar su comportamiento, pero algo sobre su vida parecía fuera de lugar? Su vida estaba estancada e inexpresiva a pesar de hacer todo al pie de la letra. Un día, Jesús tuvo algo que decir a un grupo de hombres aparentemente temerosos de Dios y reveló el por qué Dios no responde a las oraciones de algunos creyentes.

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.” (Lucas 18: 9–14)

Los fariseos eran hombres que conocían y enseñaban la ley de Moisés y tenían una posición prestigiosa en la sociedad judía. Encarnaban la tradición judía y se les daba la libertad de expresarla a pesar de que su país ahora estaba dominado por el imperio romano. El recaudador de impuestos era un judío que trabajaba para los romanos. Esta profesión tenía mala reputación entre los judíos, ya que la mayoría de los recaudadores de impuestos eran deshonestos, corruptos y simbolizaban la invasión romana y la explotación del pueblo judío.

A los ojos de la gente, el fariseo era obediente a Dios y justo en todo lo que hacía. El otro hombre; el recaudador de impuestos, era considerado un ladrón y un traidor, ya que cobraba de más en los impuestos y los remitía a los invasores romanos.

En esta enseñanza, vemos que el primer hombre, que supuestamente estaba haciendo todo lo correcto ante la ley, no fue aprobado por Jesús. Su religiosidad y tradiciones podrían no haber revelado su verdadera naturaleza porque su pecado no era evidente. El hecho de seguir la ley al pie de la letra le hizo pensar que era mejor que el otro y fue allí donde se descubrió su pecado: ORGULLO; uno de los más podridos de todos. Pensó que sus acciones y el seguimiento de la palabra de Dios justificarían automáticamente su comportamiento ante Él. Sin embargo, fracasó cuando comenzó a exaltar sus logros como si Dios tuviera que reconocerlo por ellos, cuando, de hecho, todos debemos ser humildes al reconocer la soberanía de Dios sobre nosotros. Ninguna de nuestras obras puede hacernos dignos de nada de lo que viene de Él.

Constantemente tenemos que recordarnos a nosotros mismos que Jesús no mira la apariencia externa, sino que se preocupa por lo que tenemos y somos por dentro. Ser justos es nuestra obligación ante el hombre, pero especialmente ante Dios. No es algo de lo que jactarse o presumir; todo lo contrario, ser justo es humildad.

Es por eso que debemos tener cuidado al recibir o dar elogios. El orgullo lleva a una persona más cerca de su caída, sin embargo, la humildad hace que una persona conozca a Dios. Entonces, hagamos lo que hagamos, que la gloria sea siempre de Dios.

“Y antes de la honra es el abatimiento.” (Proverbios 18:12)

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